Son los jóvenes que cada día protagonizan violentos incidentes en la céntrica Plaza Italia de Santiago y en distintos puntos de la Alameda antes, durante o después de las multitudinarias manifestaciones pacíficas que comenzaron en Chile el 19 de octubre recién pasado.
En esos incidentes, cruzan piedrazos con los carabineros, que responden con gases lacrimógenos y perdigones. Están allí cuando comienzan los incendios y los saqueos. Son parte de la violencia que se ha hecho visible en estos días de movilización en distintos lugares del país.
También están ahí las denuncias por homicidios, golpizas, abusos sexuales y lesiones de distinta gravedad contra las fuerzas de seguridad. Las mismas que han movilizado a un grupo de monitoreo de Naciones Unidas, a una misión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y causan la preocupación de organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
Parece que junto a las esperanzas de cambio que inspiran hoy a miles de chilenos a salir a las calles se hubiera levantado también el velo que cubría una violencia que, o no se quiso ver antes, en el caso de la protagonizada por algunos jóvenes, o se pensó que nunca regresaría al país, en el caso de los uniformados.
Una cosa es no ser el oasis en Latinoamérica, otra que el país se convirtiera en escenario de saqueos prácticamente diarios y que, en apenas 10 días, se hayan presentado ya más de 120 querellas por presuntas violaciones a los derechos humanos.
Según la antropóloga Francisca Márquez, la mayoría de violentos son hombres jóvenes y adolescentes.
Se les acusa de opacar las marchas y socavar el mayoritario apoyo a las movilizaciones. Son carne de cañón de las permanentes ráfagas de gases lacrimógenos y perdigones con los que la policía intenta disolverlos cada día. Son, también, fruto de la sociedad chilena, dice la antropóloga.
«Estos jóvenes, vándalos, lumpen, son nuestros hijos: pasaron por nuestra educación pública, son resultado de este sistema. No podemos venir a tratarlos de alienígenas, no cayeron de Cuba, ni de Venezuela, nosotros los engendramos. Son terceras, cuartas generaciones tras la dictadura».
El sociólogo Daniel Chernilo plantea que si bien la violencia está a la base de la vida social, y se expresa en la vida cotidiana en Chile con actos que van desde los feminicidios a la dureza en la convivencia urbana, hay un fenómeno específico que se ha expresado en estas manifestaciones: el de jóvenes que no creen en la democracia ni la convivencia pacífica, porque no ven en ellas nada de valor.
En ellos pueden participar personas por imitación, por necesidad o por pobreza. «Puede haber un elemento narco o personas que funcionan en el mercado informal» Muchos jóvenes en Chile no ven cómo la democracia puede protegerles.
Según las investigaciones de la fiscalía, en los saqueos que ahora se investigan hubo gente que aprovechó la oportunidad para entrar a los locales una vez que una turba rompía los accesos, pero también grupos que parecen haber actuado de forma coordinada para sustraer lo que encontraban o para cometer delitos en los que ya tenían antecedentes, como el robo de cajeros automáticos.
Mientras unos reconocen «algunos problemas» y creen que se trata de una «protesta pasajera». Otros sugieren que en Chile lo que se plantea es un «cambio del sistema económico, a través de una reforma constitucional».
afirmó que «estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, debido a la crisis que atraviesa actualmente el país y que parece no hacer distinción entre las demandas de la ciudadanía y los actos vandálicos.
Entre barricadas, incendios y otros desmanes, cientos de miles de chilenos tomaron pacíficamente sus cacerolas y comenzaron a golpearlas en señal de protesta, aún con la presencia de militares en la calle y en pleno toque de queda. «Chile despertó” se escuchaba en las calles. La «democracia estable” de la que el Presidente chileno tanto se vanagloriaba parecía haberse esfumado en pocos días y se había transformado en una presunta «guerra», según sus propias palabras.
«La situación fue tan sorpresiva y tan violenta que claramente el gobierno se vio sobrepasado. La medida de decretar estado emergencia es un reconocimiento a eso. En cierta manera, pide ayuda a las FF.AA., ante su inevitable debilidad. Pero si no hubieran salido los militares el desorden hubiera sido mayor”, dice a DW el académico de orientación conservadora de la Universidad Católica de Chile Roberto Méndez.
El detonante de las violentas protestas parecen no radicar solo en el alza del transporte público, como lo ejemplican diversas expresiones en las redes sociales. «Nadie se imaginó que nos encaminábamos a esto. La gente está en estado de shock, con miedo e indignación. Pienso que es solo un momento de furia, pero no es un movimiento político con una proyección desestabilizadora. Hay problemas con las pensiones, la salud y el incremento de la delincuencia donde el Estado está cometiendo errores», explicó a DW Méndez. A esto se le suman los escándalos de corrupción de la clase política, empresarial, de Carabineros y las Fuerzas Armadas, en casos conocidos como el «Pacogate» y «Milicogate».
La gente no quiere más abusos, está cansada de promesas que no se cumplen. La gente quiere soluciones, quieren un debate sincero y amplio. No quieren humo ni leyes cortas, quieren soluciones profundas. Piden una nueva Constitución que consagre una sociedad de derechos y garantías básicas.